lunes, 1 de noviembre de 2010

El cambio de hora

¡Ya tenemos otra estación más encima! Me direis que lo se por que lo van diciendo en las noticias, porque hemos hecho el cambio de ropa en el armario o porque empezamos a poner mantas en la cama. Pues no, queridos lectores, lo se porque ayer se produjo el cambio de hora.

En principio esto tiene que servir para ahorrar energía y que tengamos más horas de sol. Qué quereis que os diga, yo creo que sirve para que nos volvamos un poco más locos cada día. Ayer a las 03:00 volvían a ser las 02:00, vamos que teníamos que atrasar el reloj una hora para poder estar en la hora oficial. Perdón, ¿he dicho "el" reloj? Quería decir ¡"LOS" relojes! Porque una no se da cuenta de la cantidad de medidores de tiempo que dispone hasta que no llega el momento del cambio de hora.

Normalmente es mi padre el que se encarga de la árdua tarea de coger cada reloj y ponerlo en hora. Pero mi querido padre no se encuentra en mi querido hogar (más querido aún cuando está habitado por mi persona en exclusiva, como es el caso), por lo que me ha tocado a mí efectuar todos los cambios.

Cuando llegué a casa del trabajo, pasadas las 01:00, decidí ponerme manos a la obra para no abrir un ojo y levantarme una hora antes de la cama, cual marmota que soy sería un error imperdonable. Empecé con el reloj del comedor, lo desculego, lo atraso y lo intento volver a colgar. A la primera no pude ajustarlo bien, a la segunda el péndulo no acababa de moverse y a la tercera lo conseguí. Acto seguido, me dirijo al reloj de la cocina, hago el cambio de hora y la maniobra de colocación fue bastante más ágil esta vez.

Me dirijo a la habitación y me decido a poner en hora mi reloj-despertador, es digital por lo que la operación consiste en ir dándole al botón hasta que llegas a la hora seleccionada. Ahí el problema reside en que si le das una vez más tienes que dar toda la vuelta a los número con la acostumbrada impaciencia que te lleva a volverte a pasar de número. Que no cunda el pánico, ésto no me pasó, esta vez...

Cuando ya creí que había acabado me acordé del reloj de pulsera y del de la mesita de noche de la habitación parental. Menos mal que aún no me había metido en la cama porque si no creo que el abrazo de las sábanas y manta no me hubieran dejado levantarme. Cuando acabé de dar vueltas a todas las ruedecitas que recordaba, me puse el pijama y a dormir una hora más de la permitida por el régimen horario, lo que sería la horita de propina.

Es en esos momentos, en los que te acuestas satisfecha por haber acabado tu trabajo, en los que piensas: "Creo que se me olvida algo". Pero te rindes a los brazos de Morfeo y, emulando a Scarlata O'Hara, dices "Ya lo pensaré mañana". Y el mañana llega, y con él la confirmación de que me había olvidado de un reloj: ¡¡El del móvil!! Al menos el reloj del ordenador, que también hay, tiene la delicadeza de cambiarse solo.

Después de esta pequeña odisea, que tendremos que volver a repetir dentro de unos seis meses, he tomado una decisión: Voy a regirme por el reloj solar. No gasta pilas, no hay que ponerlo en hora y un simple nubarrón puede excusarte de llegar tres horas tarde a un evento. Por la noche no funciona, pero tampoco es tan necesario para las actuaciones nocturnas, ¿o sí?

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